miércoles, 26 de octubre de 2011

Cuando yo tenía 19 años cuidaba a una nenita de 3. Nos encontrábamos en la playa a la mañana y su mamá volvía muy tarde a buscarla. Cada vez más tarde. Trabajaba muchísimo, así que me empezó a dar permiso para llevármela a mi casa. Casi que la adoptó toda la familia. La querían mis papás, mis perros, mi hermana. Yo aprendí algunas cosas sobre el cuidado como... no dejarlos nunca solos en la bañadera, eh, esas cosas. Lo que quería contar es que una de las cosas más lindas que vi fue cuando mi prima Renata que entonces tenía 8, 9 años me ayudaba a ser niñera. Era hermoso, ver en ella las prioridades del cuidado, los esfuerzos de una nena chiquita por cuidar a otra persona. Desde entonces fue algo que siempre me dio curiosidad, y es un tema que está en los libros, en las películas: nenes, o adolescentes, sin adultos, que se tienen que cuidar entre ellos. No quiero decir mucho más si no recomendar al respecto:

NADIE SABE, película oriental que pasaban por i-sat, lenta y larga, aviso, pero hermosa. Una mamá que abandona a un montón de hermanitos, no se por qué, no importa por qué, la peli es verlos siendo una familia sin adultos: http://www.youtube.com/watch?v=KZzUsC9FAfU

Y dos libros (googleen): JARDÍN DE CEMENTO y ARRANCAD LAS SEMILLAS, FUSILAD A LOS NIÑOS.

Por ejemplo. Una nota que tengo hace un montón de tiempo, española.




No es lo mismo un niño que un menor
21 Jul 2009
“Hay que cambiar con urgencia la ley. Los menores de 13 años no pueden ser inimputables” -José María Benito, portavoz del sindicato policial SUP-

¿Cómo llamamos a alguien que tiene doce o trece años? ¿Es un niño, un adolescente, o simplemente un menor? Podríamos creer que son sinónimos. Pero no es así, hay una clara intención en la elección de términos. Lo vemos estos días. Los menores violan, las niñas son violadas. Incluso aunque tengan la misma edad.
A los pequeños delincuentes nunca los llamamos niños, por corta que sea su edad. Son siempre menores, cuando no adolescentes, o incluso jóvenes. El tratamiento de niño lo reservamos para quienes merecen protección. Con la elección de términos ejercemos presión sobre los oyentes. Fíjense por ejemplo en el debate sobre el aborto. Los antiabortistas, para conmovernos, hablan de “niñas que abortan a espaldas de sus padres”, aunque tales niñas tengan dieciséis años.
Nadie encarcelaría a un niño, ¿verdad? Por el contrario, a un menor lo encerramos sin tantos escrúpulos, aunque tenga la misma edad. Al niño hay que cuidarlo, protegerlo, reeducarlo si hace algo malo. Para el menor en cambio, aunque tenga los mismos años, no bastan cinco años de reclusión, hay que endurecer el código penal.
Hagan la prueba: digan “un niño viola”, o “tres niños dan una paliza”. No suena igual, ¿verdad? Pues ahora digan “centro de niños”. Suena espantoso, es mejor llamarlos “centros de menores”. Y lo mismo la ley, que nunca podría llamarse “ley del niño” si busca castigar a los delincuentes precoces.
Tenemos un problema, claro que sí. Pero por ahora la única solución consiste en pensar que no son niños, y recluirlos, castigarlos, rebajar la edad penal, convertir los centros de menores en cárceles. Lo único seguro es que cuando salen de ahí son cualquier cosa menos niños.
¿Qué es la infancia para nosotras?
Si vemos a los chicos como casi adultos nos perdemos un montón de cosas,
si nos quedamos en la ternura y tildamos cada una de sus opiniones como ocurrencias, nos perdemos un montón de cosas también: anulamos los tesoros de sus esfuerzos auténticos por entender el mundo. Explicaciones parciales: los cajeros automáticos te regalan plata, por ejemplo. ¿Recuerdan Agrandadytos? Un programa que se metía en la intimidad de las familias, que sin miedo daba la palabra a chicos que hablaban de todo, que lindo era Agrandadytos pero aún no alcanzaba: un programa que veían adultos, para reirse entre adultos. Cortaba ahí todas nuestras posibilidades de acercarnos con el corazón a la infancia, con un monólogo medio bobo de Dady Brieva.
Sabemos que los chicos son vulnerables, que necesitan protección, que nos exigen una respuesta. Una respuesta que a veces no viene de ningún lado, más que del compromiso de decir algo, de mostrar que estamos ahí para cuidarlos. Sabemos que, por eso, hay leyes que los protegen, que los perdonan, que los comprenden... y que es responsabilidad de los adultos, con más experiencia en el mundo de las leyes, hacerlas cumplir.
Pero también pienso que ahí, tampoco hay que quedarse. Un niño necesita protección pero no es ningún boludo, y así me imagino la educación del futuro: maestras que sean capaces de ver todo lo que están haciendo, historietas chiquitas en los márgenes de las hojas, visiones sobre el mundo, insultos geniales. Y que a esa fuerza de avalancha, le ofrezcan el lugar seguro y la mirada cariñosa, respetuosa, para que a su paso pueda hacer y decir (libritos de cartulina, aviones de papel, todo lo que piensa, todo lo que está aprendiendo). Y el compromiso de acompañar, de poner en el mundo -en la cartelera que ven los papás- las producciones de nuestros alumnos.
No solo por los chicos, digo, porque se lo merecen. Si no por todos los que desde que escuchamos a los chicos, que es como escuchar lo desconocido, recibir a los tsunamis, somos más felices. Y somos mejores.
Este blog buscará el corazón de los wachiturritos de la nueva era. Y compartir cosas con ustedes que vienen por ahí.

Estos son mis alumnos

http://www.youtube.com/watch?v=ela0DflAn_0